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31 jul 2012

Del sentimiento trágico del Hospital General de Asturias.

En el café Astoria tomaba el café tertuliano el abuelo Augusto. Tío Francisco, su hermano, hacia lo propio en el café Pasaje.

Unas veces porque me lo pedía él yo pasaba por allí a tomar chocolate de merienda. Otras veces tomaba la iniciativa yo y, primero pasaba por El Pasaje y tras la pregunta de ¿Cómo estás mozo? Y, sin sentarme, sacaba del bolsillo un taco de billetes del que sacaba, siempre de la parte de abajo,  si el taco era ce cinco, un billete que doblaba con los dedos y me lo daba. ¡Cuidado!, me decía. Cuando el taco era de pesetas, el billete que tomaba era de la parte de arriba.

 ¿Te acuerdas Paco?. Mi hermano lo controlaba mejor. 

¡Ah!, cuando era una peseta no la doblaba, la daba directamente y, tras resoplido,  apretando los labios, nos decía ¡hala!, ¡hala!. Y jaleando su mano nos despedía.

En el Astoria, con asientos muy anchos y de cuero que me dejaban las piés en el aire si me sentaba con compostura, un día, como siempre fumando un puro y lleno de humo, estaba con su hermana María y el  marido de esta,José. Pachi, la hija de estos, y su marido José. También estaba junto al primo José otro hombre que creo recordar era Pipo, hermano de Pachi.

Aquel día fue bronco ya que la tía María en varias ocasiones reprendió al abuelo, probablementete por el tono y el contenido de sus expresiones que, en aquel café,  serian oidas y no deseadas por cuatro clientes más.

Aquel día oí, creo que por primera vez, el nombre de hospital.

Se habló de que era una ruina y que había que abandonarlo. 

Yo creía que hablaban del hospicio, hoy hotel Reconquista. Lo creía porque estaba sin techo y todo en ruina. La última vez que estuvimos en él fué cuando nos llevaron a un festival de Pinón, Telva y Pinin en el que nos dieron un avión de madera que poco nos duró a mi hermano y a mi que, por cierto, no nos daban juguetes y, cuando nos los daban nos duraban poco. Pues nuestro afán de corregirlos de acuerdo con nuestros criterios, lo habitual es que se estropeaban, ya que, por cierto, nunca los rompíamos eran los juguetes los que se estropeaban o ya estaban estropeados cuando nos los daban. Así respondíamos a nuestros indignados padres.

Bueno, ya me fui deslizando por los recuerdos. Seguiré.

Desde hace ya años sé que se estaba hablando de la construcción del Hospital General y no del Hospicio. Desde que se comentó delante de mi que se terminaría cuando ejerzan los nietos del chaval.

Aquella estancia en el Astoria se prolongó tanto que el abuelo me dijo: hoy no vas en tren, te llevo yo.

Recuerdo que el abuelo dijo que se desistiera de su construcción que era mejor comunicarse bien con Madrid, parece ser que hoy se dice con la Meseta. 

A tal afirmación, la tía María dijo que no. Que se tenían que hacer las dos cosas.

El primo José dijo que se podía vender y hacer otro más pequeño. Y luego quién lo mantiene, respondió el abuelo.

Haciendo que médicos que están en Estados Unidos haciendo la Especialidad, hagan lo mismo aquí y, a cambio, una parte del Hospital se les dá para que ejerzan privadamente. Con ello el coste de los médicos sería mínimo. En cuanto a las enfermeras, se resolvería entre las monjas que había y una escuela de formación.

Bueno, terció la tía María, se hará un hospital en condiciones y que lo pague Franco.

Si tiene que entrar en esto el enano ese, yo me marcho, dijo el abuelo. Bueno, nuevamente concilió la tía. Voy a invitar a su mujer y hacerle una recepción que estoy seguro que acepta. Yo me encargo.

De eso nada, siguió diciendo la tía. Bueno, tú estarás ausente cuando la lleve.

Así fué, mi abuelo se marchó a Madrid y llevó con él a mi padre. Nos dejó a mi madre y hermanos. La tía organizó todo. Un día se llenó la casa y alrededores de guardias civiles. El Club de Tenis sirvió la comida, la casa se llenó de gente que hablaba muy alto. 

La tía dijo a una señora:  estos son los nietos de mi hermano y su nuera. ¡Qué lástima que no esté aquí Augusto, con lo que él deseaba poderos ofrecer la casa que, en su nombre, yo hago gustosamente!. 

Aquella mujer delgada, muy alta y con muchos dientes se dobló para darme un beso a la vez que su collar golpeaba mi frente. Nos fuimos los chavales, quedando las mayores hablando en un "aparte".

Probablemente aquel fue el día  del Hospital General. A la vez, de sentirse parte de Asturias la Señora, de sentirse aceptada.

Bueno, esta memoria lo es desde hoy. 

¡Igual hay quien no quiera que tenga memoria!. 

Bueno, es su problema, si es capaz de tener problemas. LA VIDA TIENE UN SENTIMIENTO TRÁGICO Y, CON FRECUENCIA HAY QUE INTERPRETARLA, QUIÉN PUEDA, COMO UNA TRAGICOMEDIA.

Vería ridículo Don Unamuno que yo, Augusto Pérez, tuviese un sentimiento trágico de la vida. Algún día hablaré de mi relación con Don Miguel y recordaré sus largas charlas con mi padre.

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