A mis sobrinos e hijas. A mi hermano Paco y cuñada Ana, especialmente.
Pensando en los abuelos.
Y, porué no, a mis paisanos de Llanera, el mejor pueblo de Asturias. Y lo digo porque,
¡A mi los vascones de Arrigorriaga!, que algún día tendremos que aclarar la situación directamente y teniendo a los leones de les tenemos que enseñar como tirar las piedras, no como tirar de ellas.
Yo, para ti, Augusto, soy como Dios para Jesús.
Esto me decía mi padre, a la vez que giraba la cabeza a la izquierda para preguntar, ¿No le parece, Don Miguel?.
Don Miguel, apretó los labio, subió las cejas y, mirándome a los ojos, respondió sonriendo, Manuel, visto así, hasta haberte llamado Manuel tiene gracia. Hombre, también os digo que haber dicho que mi modo de hacer el relato lleve por nombre Niebla, después de conocer Lugo de Llanera, me parece que, probablemente, por utilizar un término de uso común, y no por ello certero, del futuro de este chaval, ha sido un acierto o, ¡quién sabe, si de inspiración divina!, incluso a mi.
Manuel, te agradezco esta invitación que me has hecho para conocer la familia que un día conocí en un ensueño de verano lleno de preocupaciones por lo que temía iba a suceder a esta España nunca vertebrada. Bueno, no me es de agrado utilizar este término, pero he de hacer concesiones a la confusión, como tú Manuel me dices, has gustado de hacer en tú vida.
¡Ah!, apretando los dientes y dejando verles al tensar sus labios. Manuel, Augusto, no sé si reventaremos, otro logismo futurista, a quienes siempre se ven ofendidos, al romper la linearidad del tiempo. Bueno, lo dicho, gracias por vuestra casa, vuestra familia, me voy a otro lado a tocar el cuerno de Roldán que, como vascón, me suena mejor que vasco ya que soy de Bilbao centro, he de derrotar a tanto franco y lombardo rajoniano.
Por cierto, había anotado el preguntarte a ti Manuel por Bernardo del Carpio. Sé que sabes bien de él, de su padre, de la familia del Prado de la Vega. Quería que me dieses a conocer sobre su trabajo y que se mantiene hoy del mismo.
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