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12 jun 2013

1984 - Orwel


1984
George Orwell



"Todo podía ser verdad. Las llamadas leyes de la Naturaleza eran tonterías. La ley de la gravedad era una imbecilidad. «Si yo quisiera -había dicho O'Brien-, podría flotar sobre este suelo como una pompa de jabón.» Winston desarrolló esta idea: «Si él cree que está flotando sobre el suelo y yo simultáneamente creo que estoy viéndolo flotar, ocurre efectivamente». De repente, como un madero de un naufragio que se suelta y emerge en la superficie, le acudió este pensamiento: «No ocurre en realidad. Lo imaginamos. Es una alucinación». Aplastó en el acto este pensamiento levantisco. Su error era evidente porque presuponía que en algún sitio existía un mundo real donde ocurrían cosas reales. ¿Cómo podía existir un mundo semejante? ¿Qué conocimiento tenemosde nada si no es a través de nuestro propio espíritu? Todo ocurre en la mente y sólo lo que allí sucede tiene una realidad.

No tuvo dificultad para eliminar estos engañosos pensamientos; no se vio en verdadero peligro de sucumbir a ellos. Sin embargo, pensó que nunca debían habérsele ocurrido. Su cerebro debía lanzar una mancha que tapara cualquier pensamiento peligroso al menor intento de asomarse a la conciencia. Este proceso había de ser automático, instintivo. En neolengua se le llamaba paracrimen. Era el freno de cualquier acto delictivo.

Se entrenó en el paracrimen. Se planteaba proposiciones como éstas: «El Partido dice que la tierra no es redonda», y se ejercitaba en no entender los argumentos que contradecían a esta proposición. No era fácil. Había que tener una gran facultad para improvisar y razonar. Por ejemplo, los problemas aritméticos derivados de la afirmación dos y dos son cinco requerían una preparación intelectual de la que él carecía. Además para ello se necesitaba una mentalidad atlética, por decirlo así. La habilidad de emplear la lógica en un determinado momento y en el siguiente desconocer los más burdos errores lógicos. Era tan precisa la estupidez como la inteligencia y tan difícil de conseguir.

Durante todo este tiempo, no dejaba de preguntarse con un rincón de su cerebro cuánto tardarían en matarlo. «Todo depende de ti», le había dicho O'Brien, pero Winston sabía muy bien que no podía abreviar ese plazo con ningún acto consciente. Podría tardar diez minutos o diez años. Podían tenerlo muchos años aislado, mandarlo a un campo de trabajos forzados o soltarlo durante algún tiempo, como solían hacer. Era perfectamente posible que antes de matarlo le hicieran representar de nuevo todo el drama de su detención, interrogatorios, etc. Lo cierto era que la muerte nunca llegaba en un momento esperado. La tradición -no la tradición oral, sino un conocimiento difuso que le hacía a uno estar seguro de ello aunque no lo hubiera oído nunca era que le mataban a uno por detrás de un tiro en la nuca. Un tiro que llegaba sin aviso cuando le llevaban a uno de celda en celda por un pasillo.

Un día cayó en una ensoñación extraña. Se veía a sí mismo andando por un corredor en espera del disparo. Sabía que dispararían de un momento a otro. Todo estaba ya arreglado, se había reconciliado plenamente con el Partido. No más dudas ni más discusiones; no más dolor ni miedo. Tenía el cuerpo saludable y fuerte. Andaba con gusto, contento de moverse él solo. Ya no iba por los estrechos y largos pasillos del Ministerio del Amor, sino por un..."


¡Obra tan actual!, que me ayuda a revólver sin propósito alguno, en mis entrañas.


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