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15 jun 2013

El caso del palomo cojo amarillo de Maigret


Recuerdo cuando le dije a un Individuo Humano Reptante que el cristal que portaba como anillo era expresión de su castigo prometeico. No sabia de que le hablaba, a la vez que agitaba reptante su cuerpo para mudar su camisa.

El mito de Prometeo, podía anotarlo como hago.

Zeus ordenó a Hefesto encadenar a Prometeo a una roca alta del acantilado. 

Todos los días un águila hambrienta le devoraba el hígado. Todos los días el hígado se le regeneraba para volver a serle arrancado por el águila. Y, así, el sufrimiento de Prometeo se hizo eterno. El sufrimiento no sólo era al serle arrancado, sino por ser sabedor que nunca cesaría su vivir.

Un día, Heracles, de camino al Jardín de las Hespérides, mató el águila.

Zeus, abandonó a Prometeo, tras el acto de misericordia de su hijo Heracles. Sin embargo, le obligó a portar en su mano un trozo de la roca a la que había estado encadenado, como condena a no olvidar nunca su condición miserable.

No, este Individuo no es Prometeo, amigo de los hombres. Este Individuo no roba el fuego para dárselo a los hombres. Roba a las Personas a las que en su condición reptante, envidia. Está condenado a reptar y no ver la luz del fuego que las Personas gozan. Si está condenado a portar la roca de aquel que robó la vida un sábado. Roca que un día permitirán identificarla como la autora de tal asesinato. Roca que la hundirá en el lodo del lago de los reptantes. No habrá Heracles que la redima de tal condena.

AA, te prometí ayudar a desenmascarar a tu asesino. Estoy en pena de que llegue el día que él se vea obligado a confesarlo, queda escrito, y a buen recaudo, el nombre de tu asesino y las circunstancias, así como las motivaciones a hacerlo.

Su ristra de asesinatos y robos, cuelga sobre su cuello, balanceándose por su cojera izquierda de origen familiar. Vaya, un dato que singulariza al asesino.


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